Opinión Divergencia
26 de febrero de 2021
De aquella Seguridad Democrática que olvidó proteger a su país
“Parece que a las victorias militares nunca le faltan padres, pero los crímenes de guerra son siempre huérfanos”.
Inna Afinogenova (2021)
El informe revelado en los últimos días por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP, 2021) desató una ola de críticas y comentarios tanto nacional como internacionalmente y no es para menos; dicho testimonio devela cifras escalofriantes de uno de los episodios más oscuros de la historia colombiana: las ejecuciones extrajudiciales perpetuadas por el Ejército Nacional alrededor de los años 2002 al 2008, para hacer pasar a diferentes personas como guerrilleros caídos en combate.
De acuerdo con la JEP, el número real de “falsos positivos”, como también se les conoce a estas víctimas, resultó ser de 6.402 colombianos cuyas vidas fueron arrebatadas en un acto cruel, egoísta y desalmado; una cifra que, además, triplica a la que se conocía oficialmente hace tan sólo unas semanas. Resulta imposible que un escalofrío no estremezca el espíritu al pensar que este número sigue quedándose corto para los casos que aún no salen a la luz, los mismos que quizás nunca se lleguen a conocer.
Para nadie es un secreto que la violencia en Colombia ha sido normalizada a tal grado de resultar inquietante la indolencia que pareciera caracterizar a este país. Es inconcebible entonces que a unos cuantos verdaderamente les mueva que aquel Estado, el cual debería velar por el respeto de los derechos fundamentales de su población, sea el mismo que premeditadamente haya buscado hacerlos trizas con el fin de beneficiar una guerra que estas modestas víctimas a penas lograban comprender. Y eso no es lo más doloroso, la gran mayoría de los falsos positivos – por no decir todos – eran personas humildes que se vieron seducidas por las artimañas del Ejército Nacional y una promesa de un futuro próspero, de un despertar esperanzador que fue truncado con un tiro en la cien y unas botas mal puestas.
El que un Ejército Nacional haya asesinado a sangre fría a miles de civiles para su beneficio propio generaría en otros lugares del mundo, como mínimo, la sublevación nacional y una conmoción digna del pronunciamiento de la comunidad internacional. En Colombia, por el contrario, parece ser esta una noticia más que cada semana queda en las penumbras del olvido colombiano, el mismo que ha permitido que durante décadas la violencia y la injusticia se cale en los cimientos más profundos de nuestra sociedad. Este letargo es el que tampoco ha permitido que las familias, que cada día viven en carne propia el asesinato de sus amados, hayan podido obtener ni verdad ni reparación por parte de los perpetuadores de estos crímenes.
Ahora, cuando sí se da una discusión del tema, esta se desliga por completo de la realidad en cuanto a la gravedad de lo sucedido. El eje de la conflagración no debería girar en torno a si se está buscando difamar la imagen de un individuo o de una institución – como manifestó el expresidente, Álvaro Uribe, quien fue el jefe de Estado durante el pico de estas masacres – pues pareciera ser que en ocasiones primara la reputación de los implicados en estos delitos sobre el dolor sempiterno y las heridas irreparables de miles de familias que tienen que vivir con el amargo recuerdo del arrebato injusto e ilegal de sus familiares, sus vidas y sus sueños.
Aún peor es cuando hay individuos que tienen la cara para replicar que no fueron 6.402 sino 2.000… ¿tan insensibles nos ha vuelto esta guerra que consideramos tan poca cosa la vida de nuestros compatriotas colombianos? Es que debería indignarnos que tan sólo UNA vida haya sido usurpada para que unos cuantos pudieran reclamar bonificaciones, unos días libres o un ascenso. Debería indignarnos por el simple hecho de que la vida de cada ser humano es valiosa y por eso es considerada un derecho primordial.
Puede que cada una de estas familias nunca tenga la reparación y la verdad que merecen, pero ellos por siempre tendrán las manos y la conciencia manchadas de la sangre de los colombianos que asesinaron sin remordimiento, pues cargarán sobre sus espaldas los lamentos de madres, padres y hermanos que aún claman por la verdad de qué pasó con sus amados.
Autora: Juliana Mora Cañas
Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras
Imagen tomada de: La FM