Facultad de Economía

Opinión Divergencia
30 de abril de 2021

Ciudadanos de bien: comamos pan y bebamos vino, que el pueblo es un vándalo ingrato *Soliloquio de un ciudadano más*

“Defiendo a los colombianos de bien, de las agresiones, de los violentos, de los vándalos” son las palabras del presidente Iván Duque Márquez, a las 9 pm del 28 de abril del 2021, con completa abnegación de la realidad en un país empobrecido. Las marchas que comenzaron en la mañana de aquel miércoles, lleno de desilusión y desesperanza, rompieron con el silencio tenue de los días pasados. No solo es la voz de un pueblo que vive el desamparo de su gobierno, es la de una nación que se cansó, ya hace mucho, de pelar la rodilla permitiendo el abuso de los que se creen monarcas de Colombia.

Los pasos son simples de seguir, pero el camino es innegablemente accidentado, los próximos meses y no semanas serán duros para los que nos osamos levantar la voz. La lucha por una Colombia más allá de la violencia, el hambre, la falta de dignidad humana o quizás la de un país más amable con quienes lo habitan, no será finiquitada en dos o tres momentos de un paro, se necesita resistencia junto a la calma. Que no desfallezca el clamor en medio de la frustración, todos debemos entender que los que creen ser la élite económica no son más que personas con muchos fallos, fuera de una realidad que vemos día a día en nuestros hogares, para solo toparnos con un reflejo quizás perturbador en las calles melancólicas de una crisis.

La humanidad vive la ola más amarga de la pandemia, eso es un hecho, pero también lo es que el órgano ejecutivo —la entidad con mayor poder en el Gobierno — haya fracasado en cada momento de esta historia. No logró mantener con ayudas económicas a la población más vulnerable, abandonó a su suerte a las micro y medianas empresas —solo salvando a los que alguna vez financiaron su campaña—, no compraron a tiempo suficientes vacunas, y quizás lo peor es que no sepan ni tengan un plan de recuperación económico a corto y mediano plazo. Pero lo que sí parece estar claro, es que debemos pagar lo gastado y lo no recaudado durante la crisis, un aproximado de 11,2 billones si hablamos del dinero efectuado por el FOME en 2020, con un total de 25 billones que pretende recaudar la reforma, quedando así 13.8 billones sin explicación alguna. De pronto los aviones de guerra del presidente. Pero quién sabe.

Se percibe así la Gran Depresión de Colombia, un estado de alarma constante donde el hambre asoma sus garras, solo es ver como el DANE (2021) advierte que 1.4 millones de hogares colombianos pasaron de comer 3 veces al día a 2 o 1. Una sociedad que tiene dificultades para consumir bienes de primera necesidad, como la ropa y los alimentos, es aquella en la que nace el deseo de cambio, un nuevo rumbo, donde el Gobierno  trate a todos como ciudadanos de bien y no solo a los que considera que lo son.

Mis palabras no son más que la descripción de un panorama desolador, que tratan de gritar el afán de nuestro presidente y gobernantes por parecerse a la élite monárquica que desembocó en la revolución francesa. Iván Duque Márquez representa a Luis XVI en esta tragicomedia del siglo XXI y su esposa, María Juliana Ruiz, a María Antonia Josefina, la monarca y derrochadora que se niega a ver la realidad de su pueblo. Viviendo en una burbuja llamada Versalles, que aquí en Colombia sería el equivalente a la casa de Nariño, el congreso y el Ubérrimo. Sin embargo, el reflejo no solo vive en la postura de un presidente torpe de eterno aprendizaje con su homólogo atemporal igual de torpe y aprendiz. Ambos prometieron en su tiempo cambios que favorecerían a su pueblo, pero una vez llegaron al poder la presión de la nobleza o las élites políticas y económicas desvanecieron toda posibilidad de obtener un avance.

No lo neguemos, porque pareciera ser real, el presidente como aquel rey de Francia en 1789 no tenía poder verdadero, ni entendía muy bien porqué había llegado a su cargo. La peste negra le dio la oportunidad a Luis XVI, como Álvaro Uribe Vélez se la dio a Iván Duque. Pero entendamos, mis palabras no quieren confundir, la historia no se repite, nuestros gobernantes no son nobles, el presidente no es un rey y el contexto es diferente. Solo hago alusión a este hecho histórico como la herramienta que trata de dar luz a lo que vivimos hoy en día, como en su tiempo lo vivió Francia en una época de crisis, hambre y desesperación. Hoy Colombia pasa un momento similar, tanto en las condiciones fiscales, de deuda pública, depresión económica, desempleo y de altos niveles de desigualdad.

El problema al final era en toda medida que los pobres pagaban el precio de la crisis. Solo que, en Colombia, el rey fue quien decidió presentar un proyecto de ley que hacía más regresivo un sistema ya de por sí regresivo. La primera desviación abismal con la Francia prerrevolucionaria, donde los nobles fueron los que impidieron las reformas progresivas del rey. Entonces, cómo espera el Gobierno y las élites que lo sostienen, siquiera calmar al pueblo cuando ninguno parece querer actuar con políticas sociales progresivas, que no afecten la capacidad de compra de los ciudadanos y permita a los ricos pagar lo que solo ellos pueden. El costo de una crisis.

Proclamo entonces la alegoría de lo que creo dicen quienes nos gobiernan desde el lujo «Ciudadanos de Bien: comamos pan y bebamos vino, que el pueblo es un vándalo ingrato». ¿Cuáles otras palabras puedo escuchar cuando el líder de la nación es sordo ante la protesta y la considera más un acto de vandalismo?, ¿cuándo cree que con paños de agua tibia arregla los errores de su propuesta? Colombia necesita una reforma que libere los bolsillos de los más pobres y apriete el cinturón como dice la élite anacrónica, pero de los más ricos. 

 

Autor: Santiago López Rodríguez

Facultad de Economía

Foto tomada de: El País