Opinión Divergencia
5 de abril de 2022
La sociedad extranjera
La guerra empezó hace 15 días. O quizá hace un mes. No sé. En mi país mueren líderes sociales, 100, 200, posiblemente 300, en un semestre, un año. Bombas, hay bombas, hay atentados; recuerdo el de la escuela general Santander, hubo condenados, supongo.
Son las 5:30 am, tengo afán, no tengo tiempo para seguir recordando. Hace frío; a lo lejos veo el alimentador, me apresuro, corro, el corazón se acelera, las puertas se cierran, la primera gran derrota del día. Llegaré tarde.
Tendré que esperar; una mujer con la edad suficiente para exigir una silla azul habla por su celular, algo dice de un comunista que quiere acabar con el país y sus ahorros. Finalmente llega otro bus, logro subirme; por cuestiones newtonianas otros tendrán que esperar un tercer alimentador.
-Ya se tomaron el congreso, hay que evitar que se tomen la presidencia; seremos como Venezuela, que Dios nos guarde -dice la señora que decide no pedir la silla azul con tono de indignación-. Votaré por este muchacho, olvidé su nombre, creo que es Federico. Continua su charla, pero decido dedicar mi atención a otras cuestiones.
Mi atención se dirige a Twitter, «tercera guerra mundial» está en tendencia. Algunos hablan de los muertos, ya son centenares expone un medio de información importante. Otros hacen memes, bastantes hacen memes, la mayoría de publicaciones son memes. Qué curioso, recientemente leí el extranjero, una novela breve que en primera instancia me pareció descabellada, un hombre que no siente mayor exaltación por cuestiones diferentes a las que le competen a su ser. Cómo podía una persona no sentir empatía por lo que sucedía en su entorno.
La estación de Las Aguas, finalmente. Recuerdo que voy tarde, tendré que hacer el trayecto hasta la universidad en menos de 7 minutos. Un habitante de calle se me acerca, creo que me pide una moneda, o algo para comer, no entendí, tengo afán.
Al llegar la clase ya ha comenzado, tomo asiento; las dos horas transcurren sin mayor exaltación. Tendremos un hueco de dos horas, noto que algunos hablan de la guerra en Ucrania, del concierto de algún cantante, de cierto taller, en fin. Por alguna razón recuerdo el libro, y de repente ya no me parece tan descabellado; en algún momento escuché que una mascota en Bogotá podría alimentarse más que un niño en la Guajira, que en el Chocó hay una miseria que quien nunca la haya presenciado de manera física no puede siquiera imaginarla. Pero en el país de las tragedias es fácil olvidar. No los juzgo, la empatía, según considero, es inversamente proporcional al número de noticias trágicas.
Sigo cavilando mientras camino hacia la cafetería, pienso en Meursault, pienso en la inmensa cantidad de voces que solo dejan entrever la diferencia y las mentes huecas de quienes parecen ser los próximos gobernantes del país.
Empieza la charla matutina, me cuestiono qué diría Meursault si estuviera en esta mesa, me centro en las conversaciones de las mesas aledañas, parece que estuviera ahí, que estuviera en todos lados. Lo de Ucrania se convierte en chiste, los líderes sociales probablemente sean todos guerrilleros, lo clave está en la meritocracia, porque aparentemente es una cuestión de mérito que quienes tengan oportunidades raquíticas obtengan los peores resultados.
Pienso en lo actual de esta obra, recuerdo aquella idea sociológica de una sociedad compuesta por los individuos. Y solo escucho individuos con rasgos de Meursault. El tiempo se esfuma, la clase de 11 a.m. está por empezar, tomo mi maleta, creo que algún día me gustaría escribir sobre, lo que considero, es la sociedad extranjera.
Autor: Marlon Angulo
Facultad de Economía