Opinión Divergencia
23 de octubre de 2020
Un país en silencio
La libertad de prensa es el oxígeno de la democracia. Sin ella el pueblo no puede autodeterminarse. De cuan extensa sea la primera depende la calidad de la segunda.
Rodolfo Arango, 2012, El Espectador
La libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de la democracia, y ha sido, en muchos casos, el medio para la emancipación del individuo ante sistemas que buscan condenar cualquier opinión divergente. No obstante, en Colombia parecer ser que el que decida cuestionar la labor del gobierno o poner en tela de juicio su credibilidad termina por convertirse en otra de las muchas voces que han sido silenciadas a lo largo de la historia en este país.
Incontables casos han demostrado que en Colombia la censura de prensa continúa siendo un flagelo que merma y opaca el ejercicio de la libre expresión y, por lo tanto, de la democracia. Tan sólo esta semana un nuevo acontecimiento sacudió las redes sociales; la Fiscalía General de la Nación citó a imputación de cargos a la periodista Diana Díaz por presunta violación de confidencialidad tras denunciar, en el año 2019, un aparente acto de censura en RTVC por parte de Juan Pablo Bieri, actual asesor de comunicaciones de la Casa de Nariño, quien en las grabaciones presentadas pretendía “matar la producción” (2019) del programa Los Puros Criollos, conocido por las críticas que le hacía al gobierno y del cual el presentador era Santiago Rivas.
El veto periodístico no se presenta exclusivamente en el movimiento de influencias aquí y allá o en la obstrucción de la labor dentro de las mismas editoriales, programas televisivos y/o radiales, como se pudo evidenciar con la cancelación de la columna de Daniel Coronell en la Revista Semana; el puñado de comunicadores que se atreven a levantar la voz ante las diferentes injusticias, actos nocivos y corrupción con los que lastimosamente vivimos día a día en el país se han tenido que enfrentar a macabras amenazas y, en el peor de los escenarios, algunos otros no viven para seguir denunciado estos sucesos, como fue el caso del aún admirable Jaime Garzón… ¿cuántos periodistas han denunciado y pedido a gritos que se les proteja tras recibir mensajes y llamadas – no tan – anónimas amenazándoles y a sus familias? En todo caso el mensaje es claro y contundente: se calla o le callamos.
Aún más preocupante es cuando el Gobierno es un actor casi que directo de la persecución a estos individuos, es inconcebible que, en un régimen democrático, como el que se supone que es Colombia, se estén llevando a cabo perfilamientos a influenciadores donde se encuentran políticos y periodistas, para categorizarlos en positivo, negativo o neutro. Adicionando a lo anterior, deja mucho que pensar el hecho de que la Cancillería colombiana le haya cancelado la visa a periodistas extranjeros que le informaban al mundo acerca de las masacres y asesinatos que tienen lugar en el territorio colombiano ¿por qué no quiere el Gobierno que la comunidad se entere de lo que está sucediendo? ¿por qué mostrar sólo la cara positiva de lo que se vive en Colombia?
Es claro que el gobierno está cayendo en un peligroso juego en el que atenta a la misma constitución y democracia que juró solemnemente proteger, pues el artículo 20 de la carta magna colombiana garantiza el derecho a la libertad de expresión y, por lo tanto, asegura que “no habrá censura”. Teniendo esto en cuenta, se podría llegar a pensar que la única manera para ser periodista en este país es informando lo que los aplastantes poderes de la cúpula desean que el pueblo colombiano sepa, las verdades incómodas no tienen espacio en el periodismo colombiano, lo que ha llevado a que la autocensura sea la única opción para no arriesgar el cargo, o claro, la vida misma.
Es menester que se le dé un punto final a este mal actuar, pues la prensa debería ser una herramienta con la que cuenta la ciudadanía para pedir que los funcionarios públicos rindan cuentas a través de, por ejemplo, el periodismo investigativo; que se implemente para ejercer presión y freno de manera positiva en el poder público, siempre en busca del beneficio colectivo de toda la comunidad. Finalmente, en palabras de Albert Camus (s.f.), “una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”.
Autora: Juliana Mora Cañas
Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras
Imagen tomada de: definición.mx